sábado, 14 de septiembre de 2019

Sueño eurótico

Aquel fin de semana se había quedado sola en casa y no recordaba la última vez que así había ocurrido. Desde que se mudaron allí, nunca había pasado una noche sola en aquel piso, pensó. Si no su marido, alguno de sus hijos siempre la acompañaban. Se sintió rara y a la vez entusiasmada con la idea de esa ventana de tiempo que se abría ante ella. Una oportunidad a la que, ni mucho menos, iba a renunciar.

Decidió que no iba a cocinar y que se iba a dar alguno de esos placeres prohibidos en su dieta. Para comenzar abrió una botella de vino tinto que guardaba para las ocasiones y aquella lo era. “Pizza… hoy cenaré pizza hawaiana, con su piña incluida: esa gran incomprendida”, decidió mientras ponía la música a ese volumen al que a ella le gustaba escuchar. Zapatos fuera, se dejó caer en el sofá y ojeó las páginas de un libro a la vez que, con el teléfono móvil, encargaba su pizza.

Al rato llamaron a la puerta. Fue a abrir. Era el repartidor.

“Joder… ¿de qué calendario te sacaron hijo?” pensó mientras, sonriendo, lo miraba a los ojos y asentía al oír su nombre en boca de él.

–Pasa, no te quedes en la puerta, dime cuánto es.

Fue a la habitación a buscar su cartera. “¿Dónde dejé la cartera? ¡ah, sí! en el otro bolso”. Cuando al fin encontró la cartera, la agarró y se giró camino de la puerta de la habitación y ¡oh cielos! allí estaba, en la misma puerta de su habitación. “¿Quién le había dicho que entrara hasta allí?” ella le recriminó con la mirada. Él sonrió y la miró fijamente a los ojos.

–Tengo algo para ti.

Ella quedó sin palabras. Presa de una extraña premoción. Por un momento se sintió niña frente aquel tipo sensiblemente más joven y más alto que ella. Observó sus brazos fuertes y sólidos como ramas que salen de un tronco de un árbol… “prohibido”, se dijo ella.

Luego lo miró de nuevo. Era realmente guapo.

–¿Dónde está eso que me traes?

Él tenía las dos manos ocupadas con la caja que traía y que debía contener la pizza.

–Mira bajo la caja.

Ella observó un bulto en su cintura.

–Cógelo. Es para ti.

Ella dudo un instante y al final, algo temblorosa y excitada, metió su mano dentro y, según pudo sentirlo, una emoción se dibujó en sus labios.

–No puede ser… –dijo mientras lo sacaba y acariciaba entre sus dedos–. Es perfecto… –susurró mientras lo acercaba a su boca.

–Hoy en día no es fácil encontrar cacharros como éste –dijo él y sonrió.

Era un Shure SM58, el mítico micrófono cardioide con más de 50 años formando parte de los estudios y de los escenarios más míticos.

–The Who, Iggy Pop, Sheryl Crow, Patti Smith… –murmuró ella mientras lo observaba.

–Tengo algo más.

Abrió la funda que llevaba entre las manos y enchufó un cable a la luz. En lugar de la pizza apareció un tocadiscos que casi al momento comenzó a girar y sonar. Imposible no reconocer aquella sintonía: “Waterloo”. Abba, ganadora de Eurovisión en 1974. Para muchos fans como ella, la mejor actuación de la historia del certamen. Según sonaron los compases iniciales, ella saltó sobre la cama micrófono en mano y comenzó a cantar:

My my 
at Waterloo Napoleon did surrender 
Oh yeah 
and I have met my destiny in quite a similar way 
the history book on the shelf 
is always repeating itself 

Justo al llegar al estribillo aparecieron por la puerta de la habitación nada menos que Agnetha, Björn, Benny y Anni-Frid. ABBA al completo estaba allí. El techo se abrió y los focos de luz iluminaron la habitación mientras la pared del frente dejaba de existir para llenarse de un enfervorizado público que coreaba con ellos el estribillo:

Waterloo I was defeated, you won the war 
Waterloo promise to love you for ever more 
Waterloo couldn't escape if I wanted to 
Waterloo knowing my fate is to be with you 
Waterloo finally facing my Waterloo… 

Al terminar la canción todos se abrazaron. El clamor era ensordecedor. Ellos sabían que iban a ganar el festival y así fue tras las votaciones del jurado. El trofeo, como ella había soñado, fue una suculenta pizza hawaiana que, ahora sí, el pizzero acercó hacia ella que emocionada reía y saludaba a su público. La noche no podía ser más perfecta: Abba, pizza hawaiana y eurovisión. Su sueño más eurótico acababa de cumplirse justo en aquel momento. 



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