jueves, 22 de octubre de 2015

Tus colores

Guardo tus colores en una caja verde
bajo un manto de gorriones
guardianes de su suerte
ocultos de la nube
que tiñó negra la tarde
menguando tu sonrisa
llevándose tu aire
poblando de vacío tantos sueños
y esta boca
sin palabras que te calmen


Larga viene la noche
frío quemando tu espalda
ruido de todo
todo de nada
absurda existencia que hoy nos engaña
plañideras y abrazos baldíos
paliativos que nada te palian
en silencio aturdida suspiras
en el aire yo escribo
malditos todos los finales
exhausta capitulas dormida
se prende una vela
y el mundo se apaga


Amanecerá


Y entonces amanecerá
aún sin sentido
pero amanecerá
y ese día que llega y que llegará
el frío abandonará tu espalda
cruzando un rayo de luz
la escarcha de tu ventana
descomponiendo su haz de colores
esparciéndolos sobre tu cama
donde un blanco gorrión aterido
pedirá que pintes sus alas
que tus manos le brinden colores
que de tus dedos brotará su esperanza


Y no dudarás
ni por un instante tú dudarás
y con pulso firme tomarás el verde
tu color favorito
verde tu brillo
verde su nido
verde mi suerte


domingo, 6 de septiembre de 2015

Vuelva si acaso mañana

Somos hijos de los pueblos indígenas
del sudor en la frente 
de los que la tierra labraron
hijos también de sus heridas
aún abiertas 
aún sangrando
de su suerte arrebatada
de su paraíso esquilmado

Somos hijos de las diferencias 
y de las clases aceptadas
de intocables 
y los parias de la Tierra
de delit en la India 
y en Bangladés de arzal 
de burakumin en Japón
en Yemen de al-akhdam
de pigmeos en Burundi 
y de albinos en Tanzania

Somos hijos de emigrantes y exiliados
de maletas rebosando incertidumbres
frío quemando en los labios
aire contenido en la frontera
donde la necesidad somete a los sueños
y a los pasos gastados del hombre
ya sin patria 
ni visado 
hacia un mundo de puertas 
que se cierran

Somos hijos de gitanos romaníes
y en Guatemala mojados
suerte de pateras en el estrecho
monte Gurugú subsahariano
exiliados hoy huyendo de Siria
del infierno
del horror
del espanto
eritreos y somalíes en Lampedusa
hoy cadáveres sin nombre 
vergüenza de este mundo 
su fracaso

Somos hijos de todos ellos
nacidos a este lado de la valla
lado noble 
vieja Europa 
esclava de sus mercados
enferma terminal de amnesia
que tan pronto ha olvidado
mirando al inmigrante aterido
al otro lado de las concertinas 
al otro lado de las alambradas
siempre a otro lado
y con su anestesiada conciencia
y solemne burocracia
sólo atinar a decirle
que lo siente mucho
que no puede hacer nada
que aquí ya somos demasiados
que vuelva si acaso mañana



viernes, 14 de agosto de 2015

El niño

Hacía mucho que no paseaba por aquel lugar, aquella aldea que le vio crecer desde niño, donde tanto tiempo había pasado; el lugar donde sus antepasados habían dejado escritas sus huellas, el mejor y el peor recuerdo de su historia. Robles y castaños milenarios observaban su paseo y los caminos, cada vez menos transitados, parecían ir abdicando al inevitable paso del tiempo entre zarzas y hierbas cubriendo, como una manta de olvido, el lugar por donde tanta gente e ilusiones habían antes transitado. Aquel camino que comunicaba con la vieja carretera que era la vía de salida y comunicación con el exterior, lugar por donde antaño llegaban carteros, vendedores ambulantes, artesanos, panaderos… el mismo donde comenzaron tantos sueños como huidas. Cuántas despedidas tuvieron lugar en aquel lugar, despedidas que algunas se sabían definitivas, como cuando varios emigraron desde la aldea a aquella América del Sur en pleno crecimiento, en su dulce efervescencia. Argentina, Uruguay, incluso Brasil… viajes que ocupaban varias y largas semanas, volviéndose eternos a ratos, en el deambular hacia un destino que se antojaba irremediablemente definitivo.

Por allí paseaba nuestro protagonista, bien entrado ya el siglo XXI… verano 2015, los carteros hacía tiempo que habían desaparecido, ejecutados ya en última instancia por una tecnología que vibraba a cada paso en el bolsillo de su pantalón, esos mensajes instantáneos que poca reflexión previa tenían, que poca atención en el destinatario suscitaban. Benditas cartas, algunas escritas y reescritas durante horas, aquellas palabras que nunca hubo viento capaz de arrastrarlas… En esa reflexión andaba, cuando percibió un ruido que provenía de uno de los árboles, pensó que sería algún pájaro pero su intensidad en aumento fue descartando esta opción. Al llegar a un claro del camino pudo observar la razón del ruido: en la cima de uno de esos castaños milenarios un niño de unos once años colocaba un tablón de madera entre dos ramas mientras de su bolsillo sacaba un martillo y varios clavos. 

– ¿Qué andas haciendo? Te veo bien ocupado... –el hombre con tono amable y distendido preguntó desde abajo.

– Una casa –con voz seria y sin darse la vuelta respondió el niño desde el árbol. –Bueno… una cabaña… –corrigió quizás viendo que la palabra “casa” podía ser un tanto excesiva. –Una gran cabaña –finalmente sentenció, a la par que seguía moviéndose de un lado a otro con habilidad envidiable… la propia de un niño en definitiva, sin nunca detenerse y en su gesto ignorando a quien ahora le observaba sentado sobre una piedra junto a la pared del camino.

Pasaron varios minutos en los que el niño seguía de una rama a otra con su trabajo. Ahora con una cuerda trenzando una especie de baranda protectora, seguramente para proteger de alguna caída a otros que no fueran tan habilidosos. 

– ¿Sabes una cosa?... –finalmente rompió el silencio el hombre desde abajo. – Yo también hice una cabaña sobre un árbol hace ya muchos años, cuando pasaba largos veranos en esta aldea. Soñaba que fuera la más grande y cómoda de todas la que hasta entonces se hubieran levantado, con espacio suficiente para varias personas, que pudiera albergar a todos mis amigos, donde jugar, refugiarnos los días de lluvia, esconder nuestros tesoros, compartir tantos secretos... –hizo un silencio reflexivo y tras tomar aire continuó:

– Trabajé duro durante varios de aquellos veranos en aquella cabaña que poco a poco fue tomando forma… cada vez más cerca de lo soñado... en mi cabeza claramente podía verla. Luego a la vez que yo crecía, el proyecto se fue retrasando… sin darme cuenta y poco a poco lo fui abandonando… yo seguía creciendo y los planes al mismo tiempo cambiando… los amigos se fueron, las chicas llegaron… bueno… ya lo irás viendo cuando crezcas. Luego dejé de venir al pueblo, la ciudad ofrecía tanto incluso en verano y también los lugares tumultuosos de playa… que no eran más que otras ciudades al fin y al cabo. Siguieron transcurriendo los años… uf… cuántos pasaron… 

¿Y los sueños?... ¿qué fue de los sueños? –el niño de una manera que sonó contundente preguntó y ahora sí dejó de hacer su trabajo y se giró hacia aquel que desde el camino fijamente le observaba. Clavó su mirada en sus ojos y allí se quedaron unos segundos, hombre y niño contemplándose. 

– Di… ¿qué paso con tus sueños?... ¿olvidaste tus sueños? –el niño desde arriba insistía, mientras que el hombre en silencio y paralizado observaba esos ojos despiertos que fijamente lo miraban, esa mirada… que sentía tan familiar, bajo ese pelo revuelto y desordenado, con esa frente sudorosa que mostraba una cicatriz en su lado izquierdo, un mal golpe contra una ventana que nadie avisó que estaba abierta, de pronto recordó… a la vez que lentamente movía su mano hacia su propia frente, acariciando suavemente la huella casi imperceptible de una cicatriz que el tiempo y las arrugas habían ido enmascarando… pero allí estaba… exactamente igual, en el mismo sitio... y muy próximos a ella estaban esos mismos ojos que, aunque ahora más hundidos bajo unos parpados algo caídos subrayados por unas ojeras bien marcadas, la escena observaban. El pelo era lo único que había realmente desaparecido, al menos esos remolinos que ahora caían sobre la frente de ese niño que la memoria de sus sueños reclamaba… ese niño… que era él.


viernes, 31 de julio de 2015

En línea

Se habían amado más de lo que pudieron llegar a imaginar… pero hacía semanas que su relación había terminado.

Malditos sean todos los finales.

Aún así era difícil despegarse de viejos hábitos, como asomarse a esas ventanas tecno-ilógicas en las que tanto tiempo habían compartido. Él, como un ritual que aún sin querer repetía cada día, observaba la pantalla de su teléfono móvil… en línea, ella estaba en línea… ¿con quién estaría a esas horas hablando?... y sobre qué hablaría –él pensaba. Acaso ultimando una huida hacia adelante o definiendo las claúsulas de un nuevo y definitivo plan de rescate…

Él no podía saberlo, pero justo en ese momento, al otro lado de aquella ventana, a un puñado de kilómetros de distancia, ella también observaba la pantalla de su móvil y bajo el nombre de él podía leer: en línea… Siempre en línea –ella también pensaba. ¿Con quién hablará ahora? ¿a quién andará con su prosa intentando seducir?... tan pronto olvidan algunos...

Y ella en línea

Y él en línea

Y ella de nuevo en línea

Y él de nuevo también en línea

en línea

en línea

Y es que ahora eran exactamente eso: dos líneas... dos líneas que un día convergieron, dos líneas que se amaron, dos líneas que ahora continúan su rumbo… condenadas al común destino de ya nunca más cruzarse.



martes, 14 de julio de 2015

El reencuentro

Hacía mucho que no se encontraban y su aspecto se le reveló cambiado. Algunas, ya no tan sutiles, filas de arrugas se habían instalado en su frente, acompañadas por otras también apreciables patas de gallo; indudable síntoma y rúbrica del paso del tiempo, ese que a todos iguala. Pero lo cierto es que la veía bien, incluso mejor, qué diablos… su sonrisa se parecía mucho a la de entonces, la que abiertamente mostraba aquellos días de finales de siglo, cuando todo parecía tan infinito como intrascendente; quizás animado por aquel inminente y apocalíptico efecto 2.000… aquellos años en los que llegó a la capital… cuando tanto compartieron.

 Le llamó especialmente la atención que el brillo de sus ojos permanecía intacto, y esto a su vez venía unido a una salvedad bien positiva: la mirada que esos ojos albergaban ahora permanecía erguida, manteniéndose fija y segura en esos otros que ahora mismo fijamente la observaban. Luego el pelo… tan desordenado como entonces, añadiendo rasgos a ese aspecto de siempre tan dejado, con matices de indolente e incluso despistado, lo cual siempre le dio un aire de mujer tan interesante como fatal a ratos; característica esta última con la que en tantos momentos jugó a su antojo, especialmente a esas horas en la que los últimos escombros de la noche negocian a la baja planes de rescate en lo oscuro de algún bar, tratando acaso de salvar el trágico destino de otra noche dormir solos.

 –¡Qué bien te veo! –cómo un mantra una y otra vez repetía –qué bien te veo… ha sido mucho tiempo, pero ahora que te reencuentro no pienso volver a alejarme de ti ni por un momento. Sonrió… y el espejo del cuarto de baño le devolvió de nuevo su mejor sonrisa, que no pudo por menos que rubricar con un beso al aire que intermediaba entre ella y su reflejo. Apagó la luz y tomó su bolso que sobre la cama de la habitación le esperaba, caminó hacia la puerta y salió. Paseo largo y lento por esas calles empedradas, deteniéndose en cada puesto del mercado; era domingo de feria en San Telmo y una maravillosa sensación de sentirse mejor acompañada que nunca desde hacia rato invadía su cuerpo.

viernes, 29 de mayo de 2015

La decisión


Una mujer contempla un atardecer junto a un acantilado, un atardecer más, tan común, mágico y único como cada uno de los que, desde hace unos 4.600 millones de años le debieron preceder; quizás este último se presenta, a diferencia de los inmediatos anteriores, con algo más de bruma que claramente se divisa allá sobre la línea del horizonte. Tras unos momentos de silencio general ante la inminencia de tan maravilloso como esperado desenlace, los demás personajes que acompañan a la mujer en la escena comienzan a murmurar… parece que el Sol no termina de ocultarse… lleva varios minutos suspendido en la línea del horizonte, justo allí en el límite, pero sin acabar de completar su ciclo diario.

– ¡No puede ser!... –alguien exclama y un escalofrío recorre su cuerpo. Pasa un rato y el fenómeno sin precedente se colma de evidencia, el Sol seguía exactamente en el mismo lugar, quizás declarado en huelga o averiado o quién sabe si, poseído por una duda, meditando si continuar su eterno viaje. Luego más comentarios, al que siguen exclamaciones, algunos lamentos y mucha incredulidad que amenazando tornarse pánico inunda la escena. – ¡No puede estar pasando!… ¡el Sol no puede haberse detenido… su movimiento es el paso de nuestro tiempo al fin y al cabo!

– No es exactamente el Sol el responsable –un tipo con aspecto y tono de intelectual, algo arrogante y conocedor de su porte, puntualiza. – Realmente sería la Tierra la que detuvo su giro... no debemos por ello cargar con esta responsabilidad al Sol que nos alimenta y además, la Tierra ha debido hacerlo muy lentamente o su propia inercia nos hubiera lanzado, si no al vacío, al menos al peor de los destinos… Por otro lado, si realmente la Tierra ha cesado en su rotación, el paso de nuestro tiempo, tal y como lo conocemos, ya no estaría gobernado por su giro diario de 24 horas, si no por su propia traslación en torno al Sol… los días podrían durar cerca de un año…

– Mi niño andaba inquieto y bien sabía yo que algo extraño le ocurría… –interrumpiendo la reflexión del que “intelectual” llamaremos, una mujer apuntó mientras entre sus brazos arrullaba a un bebé que ahora lloraba. – Yo sentí un leve mareo hace unos momentos –continuó un hombre de edad más avanzada a la vez que se unía al grupo.

– Ciertos terremotos y catástrofes de descomunales proporciones han llegado a alterar el cadente giro de la Tierra –el intelectual continuó – modificando incluso el eje terrestre en unos pocos centímetros, acortando con ello la duración de los días en un puñado de microsegundos, como ya ocurrió con el movimiento de la placa Nazca en Chile en 2010, o Japón en 2011… pero detenerse... ¡santo Dios! – y ese que antes calificábamos como arrogante intelectual se sorprendió a sí mismo mentando a Dios, el mismo que hasta ese momento siempre se declaró ateo.

– ¡Quizás estemos todos muertos!... ¡vi algo parecido en una película!... –la mujer con el niño en brazos aterrada comentó para seguidamente comenzar a llorar, sumando su llanto al de su hijo. – ¡Cállese loca! –Alguien de aspecto rudo con malos modos gritó –mi pulso late, mi reloj se mueve... y además es hora de cenar y tengo hambre… usted estará muerta, pero yo le aseguro que un servidor no.

Ya habían pasado más de cuarenta minutos de la hora prevista y el Sol seguía allí, impasible a tanta mirada y tanta pregunta, sin parecer atender ni reparar en nada. Luego los teléfonos móviles que empiezan a sonar, esos mismos que desde hace unos años aparecen siempre en los momentos justos para romper las mejores escenas, ya sean en el cine, teatro o en ese casual encuentro entre dos futuribles amantes que por esa distracción, nunca llegaron a ser tales. Conversaciones telefónicas a uno y otro lado, todas en el mismo sentido, sí, sí... yo también lo estoy viendo... en internet dicen que son varios los lugares en los que se está observando... al parecer comentan que allá por Indonesia y Australia continua siendo de noche, o más bien están viviendo el amanecer detenido. Es curioso que siendo tan diferentes ambos momentos, alba y ocaso, ahora con el Sol detenido, cuesta distinguir diferencia alguna entre ambos.

– Aunque parezcan iguales hay ciertos matices que hacen diferentes los colores del amanecer y el atardecer, que tiene que ver con la dispersión de la luz en las partículas de polvo suspendidas en la atmósfera y que siempre son más cuantiosas en el atardecer debido al calor del día y a que... –seguro que el lector bien conoce ya quién está hablando ahora y con su permiso bajaremos su volumen que empieza ya a ser ruido y, por su verdadero interés, giraremos el objetivo de la cámara hacia el lugar de origen de esta historia: esa mujer que en silencio sigue sentada allí junto al acantilado, con la mirada fija en el horizonte... posición que no ha cambiado un ápice desde el primer instante que empezamos a relatar, momento en que, si bien recuerdan, reparamos en ella.

De repente la mujer parece moverse, estira sus brazos mientras yergue su espalda para, unos segundos después, exhalar un suspiro que parece transformarse en brisa de tarde... luego aprieta sus ojos que arrastran consigo un gesto serio, que por unos segundos tapa con sus manos para después, al retirar éstas de su cara, transformarlo en otro gesto mucho más sereno y calmado. Finalmente se levanta y gira sobre los que un rato antes debieron ser sus propios pasos y comienza a caminar tierra adentro sin prisa alguna, con paso firme pues... la decisión ya está tomada.

No me pregunten porqué, por adelantado anuncio que del todo lo desconozco, pero justo en aquel momento la Tierra, tras un leve quejido, lentamente volvió a retomar su giro para a continuación como el más común y extraordinario de los días, simplemente anochecer.


miércoles, 14 de enero de 2015

En un café de Buenos Aires


En un café de Buenos Aires la vida se me antoja escasa, leo los versos despechados de Blajaquis y una mujer junto a una ventana ordena unos papeles que termina por introducir en un sobre. Dos amigos en conversación acalorada arreglan el mundo, mientras un hombre al fondo mira fijamente la puerta y su gesto cansado me hace pensar que lleva demasiado tiempo esperando. Los versos de Cambalache suenan en el hilo musical del café, ochenta años después, tan vigentes como entonces.

…¡Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor!... ¡Ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador! ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! ¡Lo mismo un burro que un gran profesor! No hay aplazaos ni escalafón, los inmorales nos han igualao…

– Nadie cantó Cambalache como Edmundo Rivero –me apunta desde la barra el dueño del café.        – Aunque bien es cierto que esa canción nunca la pudo cantar el maestro –y con un gesto señala a un cuadro de Gardel que con su eterna sonrisa desde la pared parece corroborar sus palabras.

San Telmo arde en el inicio del verano, enero de 2015. Un colectivo proveniente de Quilmes circula con paso lento hacia Retiro y antes de que se pierda en el marco de la ventana observo la prisa en el gesto serio de un pasajero que impaciente mira su reloj, mientras frente a él una mujer de aspecto más calmado parece reparar en mi curiosidad. Continúo mirando tras aquel cristal y recuerdo ayer mismo esa plaza Dorrego en su día de mercado: antigüedades, sombreros, sifones, tijeras, postales, pulseras, espejos, mates, saleros, bolsos, libros, fotografías, remeras… “¡Todo… tenemos de todo!” alguien gritaba mientras una pareja bailaba sentido un tango en la esquina de Defensa con Humberto Primo y, un poco más adelante Gardelito de San Telmo bajo un sombrero, entona un tango que hace suyo junto a un cartel que recuerda que Gardel sigue vivo. Las fachadas de los edificios no disimulan los años, cara sin lavar en la mañana y aun así bella y, de repente, tu recuerdo bajo una manta inunda mi cabeza… ojalá que este calor intenso a templar tu invierno acudiera.

Giro mi mirada al interior del café y acostumbro a su luz mis pupilas, el reloj que cuelga de la pared está detenido y a continuación observo el mío también congelado. No me cuesta nada imaginar que el tiempo hace años que se detuvo en aquel café. Con más curiosidad que sorpresa observo en la mesa contigua a un hombre que dibuja a una niña que llama Mafalda mientras, a pocos metros, un joven emocionado comenta que ayer Gardel maravilló al público del Tortoni. Justo al lado y ajena a todo esto, una joven de pelo largo ríe sola mientras escribe mensajes en su teléfono móvil y muerde nerviosa su labio. Observo el contraste brutal que no es más que nuestra vida, en el rostro desencajado de una mujer que lamenta que en casa siguen sin noticias de su hermano, que está segura que se lo llevaron, que alguien vio arrancar violento un coche a la hora en la que él salió de casa… y al lado su amiga, que no logra reprimir su llanto y en su consuelo fracasa. Yo me asusto y siento su dolor que hago mío, malditas tiranías que nos azotan y azotaron, cuánto injusticia aún por ser reparada, cuánto caído aún por ser llorado. 

Sigo tomando mi café que nunca parece enfriarse “¡La mano de Dios! ¡Fue la mismísima mano de Dios!” alguien emocionado sobre la portada de El Gráfico grita mientras en otra mesa observo a un joven de bigote bicolor que llaman Charly escribir algo en una servilleta, y el camarero que me mira, me susurra que Mercedes Sosa habla maravillas de ese flaco. Giro mi cabeza y me emociono al contemplar junto a la ventana del café al mismísimo Jorge Luis Borges conversando con Ernesto Sábato y tras un arduo debate concluyen estrechando sus manos. No hay tema universal que un argentino no opine y resuelva desde una mesa de café, oigo a Sábato comentar, mientras reparo en Cortázar que desde un rincón mira ensimismado hacia una mesa donde Campanella en un ordenador portátil escribe algo. Noche de bastones largos en la Universidad de Buenos Aires, señala el titular en un panfleto datado en 1966 que alguien con rápido y tembloroso gesto dejó a mi lado: “el exilio de los investigadores es inminente” leo más abajo… hay cosas que los años nunca cambiaron. 

–¡Nos estamos quedando sin plata, los bancos están cerrados, no dejan sacar más de 250 pesos por semana! –alguien mientras sale hacia la calle maldice y en su lugar entra abrazada una pareja de enamorados. Hay mucha más gente en aquel lugar, muchos que no supe reconocer, entre ellos una pareja sentada junto a la puerta y vestidos con ropa y gafas extrañas que manipulan en silencio y sin mirarse objetos que nunca antes vi, realizando curiosos gestos en el aire sin, en ningún momento, mirarse ni hablar. “¿Adónde vamos a llegar?” me sorprendo en voz alta pensando, mientras alguien que también contempla la escena me mira condescendiente. Es en aquel momento cuando de repente, me siento parte de un instante que no son más que todos los tiempos contenidos en un mismo espacio con olor a café y bullicio de gente. Toda la vida es ahora escribía Machado y en aquel lugar puedo ver más que nunca, todos los ahoras del tiempo reflejados quizás porqué, al igual que yo, el tiempo en aquel café de Buenos Aires sigue en alguna mesa, y sin esperar, también esperando.