—…la cultura y esas cosas para el que les guste.
—Pues yo una vez fui a Numancia y
cuando al llegar vi todo aquello lleno de piedras… vaya, que ni entré.
—¿Y qué dices de la Lucía que en
plena pandemia se acaba de ir a Egipto?
—Uy, yo ahí no voy ni de coña.
Eran tres mujeres y su
conversación. Estaban situadas en aquel banco justo delante de mí, junto al
templo de Debod. Sus edades debían andar por los sesenta años. Llegaron hace un
rato mientras yo leía y esperaba la hora del atardecer. Me gustan los
atardeceres. Siempre he pensado que la plenitud de la existencia se podría medir
por el número de atardeceres contemplados. El caso es que, desde que se
sentaron en aquel banco frente a mí, mi cabeza sólo podía atender a su conversación.
—Yo cuando salí de mi pueblo y
fui por primera vez a Albacete, allí sí que fue mi felicidad. Recuerdo la
primera discoteca a la que fui, tenía unas luces como de pelusilla… Yo llevaba
unas pintas, madre mía, recuerdo que pensaba: “como llegue a casa así y mi
padre me vea.” Fijaos, qué paleta era yo. Y ahora, cuando veo esos ombligos al
aire…
—Oye María, ¿qué es eso de luz de pelusilla? —una de ellas,
guiñando un ojo a la que permanecía en silencio, preguntaba.
—Ay chica, así… como de
pelusilla.
Un vigilante toca el silbato y
hace gestos a unos chicos que se habían metido en el estanque seco a sacarse
unas fotos con el templo de fondo.
—Es por el coronavirus —comenta
una de ellas—. Así andamos por cuatro descerebrados… —y las demás con su gesto
corroboran.
Se hacen unos segundos de
silencio. Yo me quedo pensando en la relación entre el coronavirus y la prohibición
de la foto. Antes de que mi mente concluya nada, de nuevo se retoma la
conversación:
—Pues yo me acuerdo mucho de los
viajes que hicimos cuando mi marido se compró el coche. Íbamos por ahí a comer
los domingos. Salamanca, Torrelavega… esas paellas en un merendero a las
afueras de Mejorada del Campo. ¡Tengo fotos! Recuerdo que uno de aquellos días
nos cayó una tormenta y la Lucía nos acababa de contar que estaba encinta.
Calla, que estaba sin casar. ¡Eso sí que fue un chaparrón!
—Qué buenos tiempos aquellos y
qué bien lo pasábamos—comentó la tercera amiga que aún no había intervenido en
la conversación—. Yo me acuerdo un día visitando el pueblo de Bezoya… o Lozoya,
no recuerdo ahora cómo se llamaba el sitio, ya sabéis que a mí tampoco me dio nunca
por la geografía ni por la historia. ¿Veis ese perrillo? Pues así era el mío.
Pero qué rico es. Igualito que ese era mi Camilo.
En ese momento cruza por delante
de nosotros una mujer que pasea a dos perros, uno blanco y otro negro; lleva un
vestido de flores, bien corto y ceñido a su trasero. Ellas hablan de los perros,
pero miran su falda y sus caderas moverse. Yo también las miro. A mí nunca me gustaron
los perros.
—Oye pues que tu Paco, que tan
estudiado estaba, te hubiera dado más geografía e historia en lugar de tantos
hijos.
Dos de ellas rompen a reír con
sonoras carcajadas. La tercera, foco de la broma, simuló un gesto serio, como
de enfado y después decidió concluir el debate.
— Venga señoras, vámonos con la
música a otra parte.
—Pero antes tenemos que hacernos
una foto.
—Oiga joven. ¿Le importaría
hacernos una foto?
El caso es que yo ya llevaba un
rato haciendo la foto, pensé. Luego sonreí, asentí agradecido por lo de “joven”
y les hice la foto con el teléfono móvil de una de ellas.
Se levantan de su asiento y
continúan su camino. Yo sigo en el banco y nuevamente retomo la lectura de mi
libro. Unos minutos después vuelve a pasear caminando la mujer del vestido
ceñido de flores y se sienta en el banco, justo enfrente de mí. Yo me adentro en la tarde y en el libro. Al
rato vi que tanto la mujer como el sol ya se habían ido. Otro atardecer que me
pierdo. Malditos libros.
También me encantan los atardeceres 😄
ResponderEliminarGracias por compartir. Me gusta
ResponderEliminarGracias a ti por leer!
EliminarO sea, Carlos, que también eres de los que ponen la antena. Ya tú me entiendes ;-)
ResponderEliminarQuerido Iñaki, ya tú sabes que las mejoras historias están ahí afuera sucediendo... ¡no hay más que transcribirlas! Un abrazo.
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