Me quedé del todo congelado y no sé cuánto tiempo pude estar
así, uno no se imagina nunca siendo espectador de aquella escena de sí mismo. No
sabía que podía hacer y a la vez que me lo preguntaba, comenzaba a darme cuenta
de que no podía hacer nada. Tras unos segundos y con una extraña calma que
comenzó a invadirme y sólo atribuible a tamaño absurdo, terminé por sentarme
junto a mi cuerpo para, poco a poco, comenzar a observarlo. La imagen era
vulgar, carente de todo atractivo, nada que ver con esos planos que todos hemos
visto alguna vez en las películas y que luego son remarcados por esa tiza de
color blanco... Nada que ver, simplemente era mi vulgar cuerpo, allí, tirado en
el suelo de lado, la boca casi besándolo, con un gesto extraño, imagino que
desaprobando el fatal desenlace que debió en el último instante intuir… postura
por cierto nada ergonómica, malísima para mi cuello, me sorprendí ironizando… aunque
imagino que eso ya no debería ser muy importante.
– ¿Cómo podía haber sucedido? –me preguntaba, no era buen
momento para morir y por primera vez nombraba esa fatal palabra, demasiadas
cosas entre manos, me venía fatal justo ahora… llevaba además una vida
razonablemente sana, de equilibrados excesos, de vicios mitigados. ¿Qué pudo
fallar? Demasiadas preguntas, ninguna respuesta, sólo el sonido del ventilador
de mi ordenador reclamando ser cambiado.
Sonó el teléfono, hasta tres veces en el siguiente rato,
largas llamadas que no tenían sentido alguno ya responder, más cuando de reojo
vi que se trataba de un cliente, imagino que desesperado ante la falta de
respuesta, quizás como yo lo habría estado justo un poco antes de besar
definitivamente el suelo. El móvil también comenzó a vibrar, era uno de eso
grupos de WhatsApp en los que
estamos, en los que un día entramos (o nos entraron) y nunca supimos cómo
salir. Por un momento fantaseé con la idea de enviar una foto de lo que estaba
viendo, de mi cuerpo inerte para luego cambiar mi estado por un “no disponible”
o “sin estado” o yo que coño sé… creo que me estoy volviendo loco pensé… y
volví a mirar hacia mi cuerpo y luego hacia la puerta, como esperando que
alguien entrase y tras dar un grito saliese corriendo para avisar a otros… ¡pobrecito!...
¡era tan joven!… ¡andaba siempre tan estresado!...
– ¡Qué absurdo! –varias veces me repetía… ¡qué vital
desatino detuvo mi tiempo! mientras veía que el reloj de mi muñeca seguía
avanzando, la insolidaridad de los objetos materiales, que tanto valor le damos,
que ni un gesto hacen cuando ya no estamos… nadie vio nunca llorar en un
entierro a un reloj, un coche o un teléfono móvil, por muy inteligente que éste
último fuera.
Las seis y media de la tarde, hora de salir pensé, al
reencuentro con lo que afuera siempre espera, que siempre es lo más importante y
que tantas veces lo olvidamos: familia, amigos, amores, azares, en definitiva
la vida… Mi curiosidad decidió sentarse a cotillear el ordenador, tenía un
correo a medio escribir, me asomé a leerlo y allí me sorprendieron palabras
llenas de emoción: “me gustaría volver a verte…”, “creo que se me quedaron
demasiadas cosas por decir…”, “sé que este es el momento…”, “quiero que sepas
que…”. Continué durante un rato leyendo líneas y líneas de lo que debió ser lo
último que estuviera escribiendo antes del fatal desenlace. Luego giré la
cabeza, naturaleza muerta de nuevo ante mis ojos... volví a la pantalla, cerré
los ojos, mi corazón latía con fuerza, volví a leer y a releer, a sentir, a sonreír
primero, a llorar al fin… y un impulso eléctrico corrió desde mi cerebro hasta
mi brazo que se movió y tomó el ratón dirigiendo su flecha hacia la parte
superior de la pantalla. Pulsé “Enviar” y de este modo satisfice lo que, sin
saberlo, habría sido la última voluntad de ese que ya no era…
Me quedé por un momento mirando a la nada que en aquel instante
junto a una grieta de la pared ubicaba, tomé aire profundo sintiendo como éste abarcaba
más allá de mis pulmones, llenando espacios que hasta entonces antojaba vacíos,
sentí su humedad y su calma, volví a respirar, para de nuevo sentir, de nuevo
respirar y de nuevo sentir… y sentía, sentía tanto que hasta dolía y esa
sensación me hizo sonreír… Seguidamente y con la serenidad del que a todo encontró
sentido, me levanté de aquella silla, rodee a quien allí continuaba, salí del
despacho y me fui… cerrando la puerta sin volver la vista atrás, era ya otro
momento, era ya otro tiempo, era el tiempo de sentir.
Suerte del que a todo encontró sentido.
ResponderEliminarDejar de sentir es una forma de morir... Qué suerte que uno de ellos escogiera el camino de las emociones... Lo hizo sintiéndolo... Entonces seguro que le irá bien...
ResponderEliminaruf!
ResponderEliminarMe recordó esto (perdón por escribirlo aquí):
Padezco la locura del silencio
mis manos gritan mudas
las migraciones del cuerpo
tengo la lengua
como una sábana azúl
amordanzando al corazón
la mente sin rostro
los ojos cerrados
por el peso de la piel
mis piés ya no bailan
locuras con la tierra
ni mis cabellos
extienden sus delirios
sobre mí
el sexo callado
sin tinta, sin palabras...
el hombre
que me habitaba
recobrando la cordura
se exilió de mí!
buenísimo Otto...sentimientos encerrados que muchos o tal vez pocos compartimos...
EliminarGracias a todos por vuestros comentarios! Abrazos amigos!
ResponderEliminarCarlos: me permitirías copiarlo y pegarlo en la pagina de Facebook Los Que Escriben...a la cual te invito que escribas cuando lo desees y tengas tiempo por supuesto...
EliminarPor favor Erik! Será un honor. Un abrazo fuerte
EliminarExcelente...gracias por compartir
ResponderEliminar