– ¿Qué desea? No esperaba visita.
– A mí nunca me esperan –dijo el
recién llegado mientras del bolsillo interior de su chaqueta sacaba un revólver
–me envían para matarte… –su voz perdió firmeza al pronunciar aquellas últimas palabras.
– Espera, aún no dispares… en
realidad llevo tiempo esperándote –se giró y comenzó a caminar hacia el
interior de la casa. El sicario continuó tras él, siguiéndole mientras le
apuntaba con el arma a la vez que se preguntaba por qué no había disparado
todavía, absurda curiosidad en mala hora, nada recomendable en ese maldito oficio
al que había recién llegado. La vida y sus complejos derroteros que hacen
que una persona como él, de vida intachable, acabe empuñando un arma para
venderse como asesino al mejor postor, en la lucha desesperada por desanudar la
cuerda que tras ciertos azares y alguna mala decisión, la horca del destino con implacable fuerza había ceñido a su cuello. La casa
tenía un tono gris, sin apenas luz y un olor a cerrado se colaba en su nariz. ¡Dispara
ya!, pensó y seguidamente entornó la mirada tras la espalda de quien sería su
primera víctima, el pago del primer plazo de su deuda… se aceleró su pulso que comenzó
a temblar mientras su pulgar armaba el gatillo.
– En esta casa hubo un tiempo en
que entraba la luz –comenzó a hablar quién a un par de pasos por delante del sicario caminaba hacia un oscuro salón de persianas caídas
–siempre había luz, de día el sol, de noche las estrellas y a todas
horas… ella. En esta casa las cortinas siempre estaban retiradas pues nada había
que ocultar... Justo en aquella esquina florecían varias plantas incentivadas
por primaveras que duraban doce meses. En esta casa cundía la vida, la
felicidad se derramaba y los gritos siempre precedían a carcajadas; las puertas
se abrían acelerando la vida y la tinta de los versos, grabando instantes en
cada esquina… Botellas de vino que se descorchaban inaugurando los placeres cotidianos,
el desorden más primario que generaba quejas de vecinos a deshora, golpes en la
pared que exhortaban nuestros ánimos y jaleaban nuestra pasión más íntima;
restos y marcas del anoche en la mañana, despertando nuestras cómplices
sonrisas mientras una taza de café desperezaba el milagro de nuestra rutina. En
esta casa –paró por un instante de hablar, tomó aire a la vez que se sentaba en
un viejo sofá junto a la ventana. – En esta
casa daba igual el mes, el día o la hora, porque siempre era el mejor momento por el
simple hecho de que era compartido, y al mirarnos sentíamos esa complicidad que conducía
nuestra vida hacia eso que resolvimos en llamar amor.
El sicario a pocos metros
contemplaba la escena y escuchaba la historia que sin entender muy bien por qué
y a quién, el otro relataba. Esa última palabra, amor, contrastaba sobremanera con
ese entorno gélido y gris, pero al pronunciarla un atisbo de sonrisa y de vida latió
en los labios de ese al que la peor de las suertes, según el plan establecido,
le esperaba.
– Y ahora –el condenado retomó su
monólogo mientras el tono de su voz languidecía – ahora me mata… me mata el
ruido que hace todo este silencio, me mata esta soledad perpetua, me mata sentir
el mismo aire sólo impregnado por mi aliento, me mata cada cosa siempre en el
mismo lugar, me mata no sentarme ya a esperar que se abra esa puerta y sentir
hasta ese instante la humana fragilidad que provoca el miedo a que quizás un día ella no vuelva. Y así fue… y llegó el día en que ella no volvió y eso ya no me mata, porqué ya lo hizo
hace tiempo –por primera vez giró su cabeza y fijó su mirada en quien atónito
le observaba, cuencas de ojos vacías donde ya ni rastro de lágrimas quedaban de
tanto que debieron haber sido llorados. El sicario sintió un frío inmenso recorrer su
cuerpo, sentía que sostenía la mirada de
un difunto que agonizaba aún después de muerto.
– Hay algo peor que saber que
ella se marchó y que no volverá, y es sentir haberla dejado marchar, sentir que
de tanto que habité el paraíso algún día pude no apreciar esa suerte, sentir no
haberlo dado todo incluso lo que no tenía, sentir que ella nunca volverá a
pisar el mismo espacio de suelo que hoy sólo mi sombra ocupa; esa sombra que mientras
camino siento como a veces aún se gira y me pregunta por qué. –Levantó
la vista y fijo su mirada reseca en la pared ajena de nuevo a ese que allí
seguía, apoyado contra la pared en una esquina del salón, el revolver cayendo bajo
su brazo como una prolongación ya inútil de su cuerpo.
El sicario hacía rato que casi no
respiraba, pues notaba que el aire oxidado de aquel salón le envenenaba. Sentía
que habitaba una cripta y una sensación de claustrofobia y ahogo recorrió su
cuerpo. Con cierta dificultad se incorporó y comenzó a caminar hacia la puerta,
necesitaba salir de allí, buscar la calle. El inquilino de aquel lugar seguía
con la mirada fija en un rincón de aquella sala, acaso recordando algo. Antes
de llegar a la puerta de la casa el sicario se giró, fijó su mirada de nuevo en
él, sintió una inmensa pena – Al parecer ella nunca pudo olvidarte –tras esas
palabras no escritas en el guión y que a sí mismo sorprendieron, cruzó el umbral de la puerta y aceleró
su paso escalera abajo mientras sentía que llevaba varios segundos sin poder
respirar.
Una vez en la calle tomó aire con
la dificultad del ahorcado, se detuvo un momento y se apoyó en un muro de
piedra, respiró varias veces, miro hacia el cielo, era azul intenso, respiró de
nuevo… comenzó a caminar, hacia donde la calle le llevaba, se volvió a detener,
cubrió su cara con las manos, no recordó la última vez que había roto a llorar
y así lo hizo durante largo rato. Después
sonó su teléfono, tras varios segundos contestó la llamada, una voz al otro
lado le interrogaba, tomo de nuevo aire y respondió:
– Estén tranquilos… hice lo que me mandaron. Sí, sí…
tranquilos… antes de abandonar la casa me aseguré de que él ya no seguía con
vida.
Lo que más dolió al sicario de esas últimas palabras fue el sentir que no mentía.
Lo que más dolió al sicario de esas últimas palabras fue el sentir que no mentía.
Esto podría ser el comienzo de una novela del genero- Novela Negra-
ResponderEliminarPor la trama. Me ha encantado.
Besines