Pero mejor comencemos por el
principio.
Era el cuarto debate en tres
años, el mismo número de repeticiones electorales, la mediocridad parecía por
fin haberse instalado en la vida política y definitivamente lo hacía para
quedarse. Y ahí tenemos a los representantes de cada uno de los partidos, cada
uno con su eterna perorata; ya habían optado por ni siquiera mirarse,
repitiendo una y otra vez los mismos mensajes. Si uno proponía crear 100.000
puestos de trabajo, el siguiente proponía 150.000, el tercero 200.000 y así
hasta el quinto en hablar, que era el que daba la cifra más elevada.
Los presentadores los observaban
con el mismo desinterés que los espectadores desde sus casas. Una tras otro iban
pasando a cada uno de los apartados previamente negociados, y uno tras otro
iban repitiendo los mismos discursos ensayados.
No recuerdo de qué asunto estaban
hablando pero, de repente, uno de ellos levantó los ojos y por primera vez
parecía realmente mirar a cámara; mirar a cada uno de los espectadores que
desde sus sofás y con el mismo poco interés le miraban.
–Lo siento, pero esto que acabo
de prometer… no voy a poder cumplirlo. Realmente creo que la gran mayoría de
las cosas que hoy he prometido no podría asegurarlas y creo que es muy posible
que nunca las podamos cumplir.
Después giró su cabeza y por primera
vez miró a los ojos a su principal adversario, el que competía por él por
reunir el mayor número de votos.
–Considero que es muy acertada la
propuesta que antes has realizado. Estoy de acuerdo contigo en lo que
comentabas. Perdona por sistemáticamente llevarte la contraria sin tan siquiera
evaluarlo. No entiendo realmente porqué esta actitud. Se supone que nos pagan
para que hagamos lo mejor por nuestra sociedad… La verdad es que me avergüenzo de
haber dicho tanto y tan vacío todo. Creo que es suficiente por hoy…
En ese momento dejó su espacio
tras el atril y procedió a abandonar en directo el debate. Los presentadores
estaban asombrados. Bloqueados por tan inusitado momento.
–Espera. No te vayas –saliendo
tras su atril su principal opositor, aquel que competía junto a él por la presidencia,
se acercó hacia él.
Se quedaron unos segundos
mirándose fijamente para después abrazarse. Se abrazaron con fuerza, como se
abraza a quien se quiere, a quien se aprecia y respeta.
Se hizo el silencio en el
estudio. Los telespectadores, desde sus casas, por fin seguían entusiasmados el
debate.
…
–¿Qué haces? ¿Quién te ha dado
permiso para entrar en mi despacho?
–Papá… entre a verte y no estabas.
–He salido un momento al baño.
–¡Mira! Se están besando… –el
niño, que no debía tener más de cuatro años, sonrojado, miraba a su padre
mientras sus manitas jugueteaban con un par de mandos que había sobre la mesa.
–¡No! –gritó el padre horrorizado.
¿Qué estás haciendo? ¡Suelta ahora mismo esos mandos! ¡Te he dicho siempre que
está prohibido entrar en el despacho de papá!
El niño, sabiéndose metido en un
lío, saltó del sillón de trabajo de su padre y corrió hacia la puerta mientras
el padre corría a retomar el puesto de control.
En la pantalla observó horrorizado
como los dos principales candidatos se estaban besando.
Mural de Tvboy en Roma mostrando Luigi Di Maio besando a Matteo Salvini
El amor,la empatía,la complicidad,
ResponderEliminarNo tiene sexo.
PD: seguiré leyéndote y comentando.
Gracias por descubrirme tu blog.
Ya lo tengo en favoritos para leerte.
Un abrazo fuerte desde Asturias.