domingo, 14 de septiembre de 2014

Todo

Se habían conocido unas semanas atrás en algún lugar, que por otra parte es lo de menos; podría haber sido un parque, una sala de espera, una biblioteca, la cola de un cine o quizás una parada de un autobús con retraso. El caso es que se habían cruzado y habían comenzado a charlar y sin saberlo a conocerse. Tal fue el interés mutuo despertado que fueron varias las veces que se citaron y, como era de esperar, mucho de lo que hablaron. Al principio y como siempre, hablaban de todo, que es lo mismo que no hablar de nada: del calor que no había hecho aquel verano, de noticias que copaban titulares, de cuánta gente se reunía en aquél café donde el tiempo parecía detenido.

Ambos tenían ya esa edad en la que las verdades absolutas claudican y también ambos atesoraban un buen baúl de experiencias, algunas compartidas durante sus encuentros… Ahí los tienes; él hablando de la sensación única de dormir bajo las estrellas y poner el alba por despertador; ella disertando sobre las propiedades curativas del olor a tierra mojada, especialmente en aquellos días de final de verano; él hablando sobre ese primer reloj al que cada noche tenía que darle cuerda y, a continuación, ella maldiciendo ese desarrollo que nos arrebató esos relojes que al menos unos segundos al día obligaban a detenernos.
Es cierto que la conversación no era siempre tan profunda; también compartían lo mundano y lo trivial; que si nunca llueve a gusto de todos… que si no hay mal que por bien no venga… que ya sabes que segundas partes nunca fueron buenas… Y al final el amor, lugar donde todo converge, de ello también hablaron. 

Ambos se habían enamorado varias veces, habían querido otras tantas, habían sabido caer y levantarse, abrir la puerta de casa y asumir que al otro lado ya nadie esperaba; besado cuerpos que nunca amarían, amado otros que nunca sabrían que fueron amados, todo… todo parecía haber sido vivido antes y por un momento hablaban como si fueran el hombre y la mujer más ancianos del mundo, con todo ya vivido, poco o nada nuevo por hacer. 

Fue en un receso de la conversación, un silencio de esos en los que decimos que pasa un ángel, cuando de repente ambos se sorprendieron mirándose a los ojos, navegando mar adentro en sus pupilas y quizás manteniendo una conversación paralela a la que brotaba de sus bocas, dato que nunca podremos confirmar y será siempre suposición del que escribe esta historia. Lo que es totalmente cierto es que por un instante ella tembló y él lo sintió como si dentro de su propio cuerpo fuera:

—Y con todo lo vivido, con todo lo sentido, con todo lo reído y también llorado, ¿Qué nos queda por hacer? —ella preguntó. Volvió el silencio y de nuevo el mar a sus pupilas, está vez más brillante e inquieto. Pasó otro ángel y tras él llegó la respuesta:

Todo —y seguidamente los labios de él se adelantaron al tercer ángel que esperaba su turno y lentamente se aproximaron a los de ella que al otro lado de la mesa ya ansiaban su encuentro, justo en el mismo instante en el que en algún lugar del universo una galaxia nacía, una madre abrazaba a un bebé dormido, un soldado concluía un verso… y alguien a pocas mesas de distancia de ellos sonreía y derramaba su café, embelesado ante la imagen de los ya jóvenes protagonistas de esta historia, que ajenos a todo se besaban. Y mientras todo comenzaba… todo de nuevo.




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