Se
habían conocido unas semanas atrás en algún lugar, que por otra parte es lo de
menos; podría haber sido un parque, una sala de espera, una biblioteca, la cola
de un cine o quizás una parada de un autobús con retraso. El caso es que se
habían cruzado y habían comenzado a charlar y sin saberlo a conocerse. Tal fue
el interés mutuo despertado que fueron varias las veces que se citaron y, como
era de esperar, mucho de lo que hablaron. Al principio y como siempre, hablaban
de todo, que es lo mismo que no hablar de nada: del calor que no
había hecho aquel verano, de noticias que copaban titulares, de cuánta gente se
reunía en aquél café donde el tiempo parecía detenido.
Ambos tenían ya esa edad en la que las verdades
absolutas claudican y también ambos atesoraban un buen baúl de experiencias,
algunas compartidas durante sus encuentros… Ahí los tienes; él hablando de la
sensación única de dormir bajo las estrellas y poner el alba por despertador;
ella disertando sobre las propiedades curativas del olor a tierra mojada,
especialmente en aquellos días de final de verano; él hablando sobre ese primer
reloj al que cada noche tenía que darle cuerda y, a continuación, ella
maldiciendo ese desarrollo que nos arrebató esos relojes que al menos unos
segundos al día obligaban a detenernos.
Es cierto que la conversación no era siempre tan profunda; también compartían
lo mundano y lo trivial; que si nunca llueve a gusto de todos… que si no hay
mal que por bien no venga… que ya sabes que segundas partes nunca fueron
buenas… Y al final el amor, lugar donde todo converge, de ello
también hablaron.
Ambos se habían enamorado varias veces, habían querido
otras tantas, habían sabido caer y levantarse, abrir la puerta de casa y asumir
que al otro lado ya nadie esperaba; besado cuerpos que nunca amarían, amado
otros que nunca sabrían que fueron amados, todo… todo parecía
haber sido vivido antes y por un momento hablaban como si fueran el hombre y la
mujer más ancianos del mundo, con todo ya vivido, poco o nada
nuevo por hacer.
Fue en un receso de la conversación, un silencio de
esos en los que decimos que pasa un ángel, cuando de repente ambos se
sorprendieron mirándose a los ojos, navegando mar adentro en sus pupilas y
quizás manteniendo una conversación paralela a la que brotaba de sus bocas,
dato que nunca podremos confirmar y será siempre suposición del que escribe
esta historia. Lo que es totalmente cierto es que por un instante ella tembló y
él lo sintió como si dentro de su propio cuerpo fuera:
—Y con todo lo vivido, con todo lo
sentido, con todo lo reído y también llorado, ¿Qué nos queda
por hacer? —ella preguntó. Volvió el silencio y de nuevo el mar a sus pupilas,
está vez más brillante e inquieto. Pasó otro ángel y tras él llegó la
respuesta:
—Todo —y seguidamente los labios de él se adelantaron al tercer ángel que esperaba su turno y lentamente se aproximaron a los de ella que al otro lado de la mesa ya ansiaban su encuentro, justo en el mismo instante en el que en algún lugar del universo una galaxia nacía, una madre abrazaba a un bebé dormido, un soldado concluía un verso… y alguien a pocas mesas de distancia de ellos sonreía y derramaba su café, embelesado ante la imagen de los ya jóvenes protagonistas de esta historia, que ajenos a todo se besaban. Y mientras todo comenzaba… todo de nuevo.
Que grande eseTODO
ResponderEliminarCuando ya no buscas nada se suele encontrar el TODO
ResponderEliminarQué bonito Luis. Tú bien sabes de TODO. Un abrazo
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