viernes, 29 de mayo de 2015

La decisión


Una mujer contempla un atardecer junto a un acantilado, un atardecer más, tan común, mágico y único como cada uno de los que, desde hace unos 4.600 millones de años le debieron preceder; quizás este último se presenta, a diferencia de los inmediatos anteriores, con algo más de bruma que claramente se divisa allá sobre la línea del horizonte. Tras unos momentos de silencio general ante la inminencia de tan maravilloso como esperado desenlace, los demás personajes que acompañan a la mujer en la escena comienzan a murmurar… parece que el Sol no termina de ocultarse… lleva varios minutos suspendido en la línea del horizonte, justo allí en el límite, pero sin acabar de completar su ciclo diario.

– ¡No puede ser!... –alguien exclama y un escalofrío recorre su cuerpo. Pasa un rato y el fenómeno sin precedente se colma de evidencia, el Sol seguía exactamente en el mismo lugar, quizás declarado en huelga o averiado o quién sabe si, poseído por una duda, meditando si continuar su eterno viaje. Luego más comentarios, al que siguen exclamaciones, algunos lamentos y mucha incredulidad que amenazando tornarse pánico inunda la escena. – ¡No puede estar pasando!… ¡el Sol no puede haberse detenido… su movimiento es el paso de nuestro tiempo al fin y al cabo!

– No es exactamente el Sol el responsable –un tipo con aspecto y tono de intelectual, algo arrogante y conocedor de su porte, puntualiza. – Realmente sería la Tierra la que detuvo su giro... no debemos por ello cargar con esta responsabilidad al Sol que nos alimenta y además, la Tierra ha debido hacerlo muy lentamente o su propia inercia nos hubiera lanzado, si no al vacío, al menos al peor de los destinos… Por otro lado, si realmente la Tierra ha cesado en su rotación, el paso de nuestro tiempo, tal y como lo conocemos, ya no estaría gobernado por su giro diario de 24 horas, si no por su propia traslación en torno al Sol… los días podrían durar cerca de un año…

– Mi niño andaba inquieto y bien sabía yo que algo extraño le ocurría… –interrumpiendo la reflexión del que “intelectual” llamaremos, una mujer apuntó mientras entre sus brazos arrullaba a un bebé que ahora lloraba. – Yo sentí un leve mareo hace unos momentos –continuó un hombre de edad más avanzada a la vez que se unía al grupo.

– Ciertos terremotos y catástrofes de descomunales proporciones han llegado a alterar el cadente giro de la Tierra –el intelectual continuó – modificando incluso el eje terrestre en unos pocos centímetros, acortando con ello la duración de los días en un puñado de microsegundos, como ya ocurrió con el movimiento de la placa Nazca en Chile en 2010, o Japón en 2011… pero detenerse... ¡santo Dios! – y ese que antes calificábamos como arrogante intelectual se sorprendió a sí mismo mentando a Dios, el mismo que hasta ese momento siempre se declaró ateo.

– ¡Quizás estemos todos muertos!... ¡vi algo parecido en una película!... –la mujer con el niño en brazos aterrada comentó para seguidamente comenzar a llorar, sumando su llanto al de su hijo. – ¡Cállese loca! –Alguien de aspecto rudo con malos modos gritó –mi pulso late, mi reloj se mueve... y además es hora de cenar y tengo hambre… usted estará muerta, pero yo le aseguro que un servidor no.

Ya habían pasado más de cuarenta minutos de la hora prevista y el Sol seguía allí, impasible a tanta mirada y tanta pregunta, sin parecer atender ni reparar en nada. Luego los teléfonos móviles que empiezan a sonar, esos mismos que desde hace unos años aparecen siempre en los momentos justos para romper las mejores escenas, ya sean en el cine, teatro o en ese casual encuentro entre dos futuribles amantes que por esa distracción, nunca llegaron a ser tales. Conversaciones telefónicas a uno y otro lado, todas en el mismo sentido, sí, sí... yo también lo estoy viendo... en internet dicen que son varios los lugares en los que se está observando... al parecer comentan que allá por Indonesia y Australia continua siendo de noche, o más bien están viviendo el amanecer detenido. Es curioso que siendo tan diferentes ambos momentos, alba y ocaso, ahora con el Sol detenido, cuesta distinguir diferencia alguna entre ambos.

– Aunque parezcan iguales hay ciertos matices que hacen diferentes los colores del amanecer y el atardecer, que tiene que ver con la dispersión de la luz en las partículas de polvo suspendidas en la atmósfera y que siempre son más cuantiosas en el atardecer debido al calor del día y a que... –seguro que el lector bien conoce ya quién está hablando ahora y con su permiso bajaremos su volumen que empieza ya a ser ruido y, por su verdadero interés, giraremos el objetivo de la cámara hacia el lugar de origen de esta historia: esa mujer que en silencio sigue sentada allí junto al acantilado, con la mirada fija en el horizonte... posición que no ha cambiado un ápice desde el primer instante que empezamos a relatar, momento en que, si bien recuerdan, reparamos en ella.

De repente la mujer parece moverse, estira sus brazos mientras yergue su espalda para, unos segundos después, exhalar un suspiro que parece transformarse en brisa de tarde... luego aprieta sus ojos que arrastran consigo un gesto serio, que por unos segundos tapa con sus manos para después, al retirar éstas de su cara, transformarlo en otro gesto mucho más sereno y calmado. Finalmente se levanta y gira sobre los que un rato antes debieron ser sus propios pasos y comienza a caminar tierra adentro sin prisa alguna, con paso firme pues... la decisión ya está tomada.

No me pregunten porqué, por adelantado anuncio que del todo lo desconozco, pero justo en aquel momento la Tierra, tras un leve quejido, lentamente volvió a retomar su giro para a continuación como el más común y extraordinario de los días, simplemente anochecer.


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