miércoles, 26 de noviembre de 2014

El sicario

Aquella tarde y después de mucho tiempo sonó el timbre de su puerta, se acercó despacio y abrió.

– ¿Qué desea? No esperaba visita.

– A mí nunca me esperan –dijo el recién llegado mientras del bolsillo interior de su chaqueta sacaba un revólver –me envían para matarte… –su voz perdió firmeza al pronunciar aquellas últimas palabras.

– Espera, aún no dispares… en realidad llevo tiempo esperándote –se giró y comenzó a caminar hacia el interior de la casa. El sicario continuó tras él, siguiéndole mientras le apuntaba con el arma a la vez que se preguntaba por qué no había disparado todavía, absurda curiosidad en mala hora, nada recomendable en ese maldito oficio al que había recién llegado. La vida y sus complejos derroteros que hacen que una persona como él, de vida intachable, acabe empuñando un arma para venderse como asesino al mejor postor, en la lucha desesperada por desanudar la cuerda que tras ciertos azares y alguna mala decisión, la horca del destino con implacable fuerza había ceñido a su cuello. La casa tenía un tono gris, sin apenas luz y un olor a cerrado se colaba en su nariz. ¡Dispara ya!, pensó y seguidamente entornó la mirada tras la espalda de quien sería su primera víctima, el pago del primer plazo de su deuda… se aceleró su pulso que comenzó a temblar mientras su pulgar armaba el gatillo.

– En esta casa hubo un tiempo en que entraba la luz –comenzó a hablar quién a un par de pasos por delante del sicario caminaba hacia un oscuro salón de persianas caídas –siempre había luz, de día el sol, de noche las estrellas y a todas horas… ella. En esta casa las cortinas siempre estaban retiradas pues nada había que ocultar... Justo en aquella esquina florecían varias plantas incentivadas por primaveras que duraban doce meses. En esta casa cundía la vida, la felicidad se derramaba y los gritos siempre precedían a carcajadas; las puertas se abrían acelerando la vida y la tinta de los versos, grabando instantes en cada esquina… Botellas de vino que se descorchaban inaugurando los placeres cotidianos, el desorden más primario que generaba quejas de vecinos a deshora, golpes en la pared que exhortaban nuestros ánimos y jaleaban nuestra pasión más íntima; restos y marcas del anoche en la mañana, despertando nuestras cómplices sonrisas mientras una taza de café desperezaba el milagro de nuestra rutina. En esta casa –paró por un instante de hablar, tomó aire a la vez que se sentaba en un viejo sofá junto a la ventana. – En esta casa daba igual el mes, el día o la hora, porque siempre era el mejor momento por el simple hecho de que era compartido, y al mirarnos sentíamos esa complicidad que conducía nuestra vida hacia eso que resolvimos en llamar amor.

El sicario a pocos metros contemplaba la escena y escuchaba la historia que sin entender muy bien por qué y a quién, el otro relataba. Esa última palabra, amor, contrastaba sobremanera con ese entorno gélido y gris, pero al pronunciarla un atisbo de sonrisa y de vida latió en los labios de ese al que la peor de las suertes, según el plan establecido, le esperaba. 

– Y ahora –el condenado retomó su monólogo mientras el tono de su voz languidecía – ahora me mata… me mata el ruido que hace todo este silencio, me mata esta soledad perpetua, me mata sentir el mismo aire sólo impregnado por mi aliento, me mata cada cosa siempre en el mismo lugar, me mata no sentarme ya a esperar que se abra esa puerta y sentir hasta ese instante la humana fragilidad que provoca el miedo a que quizás un día ella no vuelva. Y así fue… y llegó el día en que ella no volvió y eso ya no me mata, porqué ya lo hizo hace tiempo –por primera vez giró su cabeza y fijó su mirada en quien atónito le observaba, cuencas de ojos vacías donde ya ni rastro de lágrimas quedaban de tanto que debieron haber sido llorados. El sicario sintió un frío inmenso recorrer su cuerpo, sentía que sostenía la mirada de un difunto que agonizaba aún después de muerto.

– Hay algo peor que saber que ella se marchó y que no volverá, y es sentir haberla dejado marchar, sentir que de tanto que habité el paraíso algún día pude no apreciar esa suerte, sentir no haberlo dado todo incluso lo que no tenía, sentir que ella nunca volverá a pisar el mismo espacio de suelo que hoy sólo mi sombra ocupa; esa sombra que mientras camino siento como a veces aún se gira y me pregunta por qué. –Levantó la vista y fijo su mirada reseca en la pared ajena de nuevo a ese que allí seguía, apoyado contra la pared en una esquina del salón, el revolver cayendo bajo su brazo como una prolongación ya inútil de su cuerpo. 

El sicario hacía rato que casi no respiraba, pues notaba que el aire oxidado de aquel salón le envenenaba. Sentía que habitaba una cripta y una sensación de claustrofobia y ahogo recorrió su cuerpo. Con cierta dificultad se incorporó y comenzó a caminar hacia la puerta, necesitaba salir de allí, buscar la calle. El inquilino de aquel lugar seguía con la mirada fija en un rincón de aquella sala, acaso recordando algo. Antes de llegar a la puerta de la casa el sicario se giró, fijó su mirada de nuevo en él, sintió una inmensa pena – Al parecer ella nunca pudo olvidarte –tras esas palabras no escritas en el guión y que a sí mismo sorprendieron, cruzó el umbral de la puerta y aceleró su paso escalera abajo mientras sentía que llevaba varios segundos sin poder respirar.

Una vez en la calle tomó aire con la dificultad del ahorcado, se detuvo un momento y se apoyó en un muro de piedra, respiró varias veces, miro hacia el cielo, era azul intenso, respiró de nuevo… comenzó a caminar, hacia donde la calle le llevaba, se volvió a detener, cubrió su cara con las manos, no recordó la última vez que había roto a llorar y así lo hizo durante largo rato. Después sonó su teléfono, tras varios segundos contestó la llamada, una voz al otro lado le interrogaba, tomo de nuevo aire y respondió:

– Estén tranquilos… hice lo que me mandaron. Sí, sí… tranquilos… antes de abandonar la casa me aseguré de que él ya no seguía con vida.

Lo que más dolió al sicario de esas últimas palabras fue el sentir que no mentía.


1 comentario:

  1. Esto podría ser el comienzo de una novela del genero- Novela Negra-
    Por la trama. Me ha encantado.

    Besines

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